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Publicado en Alimentos...
Lunes, 6 de Octubre del 2025

Mate: tradición y curado

En Argentina el mate es mucho más que una infusión: es un ritual cotidiano, una costumbre compartida que atraviesa generaciones. Antes de estrenar un mate de calabaza, de madera o de cuerno —los tres materiales naturales por excelencia—, los entendidos recomiendan “curarlo”. Este proceso sella los poros del recipiente, evita que su sabor altere la yerba y, sobre todo, previene la aparición de hongos por la humedad. Sólo los mates fabricados con materiales porosos necesitan curado; los de metal, vidrio, cerámica, silicona o plástico pueden usarse directamente.

El mate de calabaza, o porongo, es el más tradicional y también el más delicado. El método moderno más utilizado consiste en llenarlo con yerba húmeda —usada o nueva—, agregar agua caliente y dejarlo reposar entre doce y veinticuatro horas. Durante ese tiempo, la yerba absorbe el exceso de humedad y ayuda a desprender las fibras internas. Luego se retira y se raspa suavemente el interior con una cuchara, eliminando los restos de hollejo. Este proceso se repite varias veces, a lo largo de unos tres o cuatro días, hasta que el interior de la calabaza queda limpio y sin rastros amargos. En tiempos pasados se empleaba el llamado curado “dulce”, que implicaba quemar azúcar en el interior del mate, pero hoy se prefiere evitarlo: los métodos actuales priorizan la limpieza, la higiene y la conservación del sabor original de la yerba. Una vez enjuagado y seco, el mate de calabaza está listo para acompañar cientos de cebadas.

Los mates de madera —habitualmente de palo santo, algarrobo o quebracho— exigen otro tipo de atención. El primer paso consiste en untar el interior con aceite vegetal, manteca o grasa vacuna, para impermeabilizar los poros y proteger la superficie. Luego se llena con yerba húmeda y agua caliente, dejándolo reposar por unas horas. Tras enjuagarlo, se repite el proceso un par de veces más. Así, la madera se “acostumbra” al calor y a la humedad sin agrietarse ni deformarse. Una vez curado, debe secarse siempre boca abajo, en un lugar ventilado y sin sol directo. Guardarlo húmedo o en espacios cerrados puede favorecer la aparición de hongos, por lo que muchos aficionados alternan entre varios mates para prolongar su vida útil.

Los mates de cuerno o asta —también conocidos como guampas— son menos comunes, pero muy apreciados por su durabilidad y aspecto rústico. Su principal desafío es la grasitud natural del material, que puede dejar sabores indeseados. Por eso, el curado comienza con un remojo en agua tibia con un poco de detergente durante uno o dos días, para eliminar restos de grasa interna. Luego se enjuaga con abundante agua y se repite el procedimiento de la yerba y el agua caliente, permitiendo que el material se sature y pierda sus olores residuales. Con esta limpieza previa, el mate de cuerno queda listo para usarse sin alterar el sabor de la infusión.

El ritual del curado

El acto de curar un mate no es un simple requisito técnico, sino una extensión del ritual matero. En él se condensan siglos de tradición: desde las comunidades guaraníes que primero prepararon la yerba hasta los gauchos que la convirtieron en símbolo de encuentro y hospitalidad. Hoy, la diversidad de mates refleja esa evolución cultural. Los de calabaza y madera conservan la esencia artesanal y el aroma natural del material; los de vidrio y cerámica son los preferidos por quienes buscan un sabor puro, sin interferencias; los de metal o alpaca aportan elegancia y resistencia; los de silicona o plástico, practicidad para el viaje o el uso diario. Incluso hay quienes improvisan un mate con un pomelo ahuecado, retomando el ingenio de los antiguos pobladores.

Cada tipo de mate tiene su carácter, su textura y su modo de cuidado. Pero en todos late la misma ceremonia: compartir, esperar, cebar y volver a empezar. Curar un mate, en definitiva, es preparar el escenario de ese pequeño ritual que, con el paso del tiempo, se convierte en un gesto de pertenencia.